Estar en paz con uno y con los demás
“Primero veamos el
problema. El problema es que los seres humanos viven en confusión. Si no comprendemos la naturaleza de la
confusión y, como educadores, tratamos meramente de producir una mente buena
desde el punto de vista académico,
descuidando el mundo psicológico, estamos creando inevitablemente desorden en
la mente del estudiante.
Una parte de la
mente está asignando gran importancia a la corriente tecnológica y al cultivo
del conocimiento, pero hay muy poca exploración interna o comprensión de la
existencia humana. Es la mente humana la
que ha dividido estas dos corrientes en externa e interna.
¿Qué harán ustedes,
como educadores, enfrentados a este problema de que nuestros estudiantes y
nuestros educadores tienen una mente dividida?
Damos mucha más importancia al conocimiento científico y tecnológico, a
la biología, a las matemáticas, etc., y
descuidamos al otro. Hay una división
entre estos dos conocimientos. De esta
división surgen la confusión, el desorden.
¿Por qué dividimos lo externo y lo interno? Lo externo es el síntoma de lo interno.
Quiero descubrir
si existe una manera diferente de aprender.”
Jiddu Krishnamurti
El diario
convivir en la escuela se ve afectado casi continuamente por los roces, los
malentendidos, contrariedades, discusiones, peleas… fruto de las emociones en
desorden.
¿Cómo
recuperar la paz en el aula?
¿Es posible
estudiar o prestar atención cuando el motivo de malestar emocional está tan
cerca, a un par de metros, tal vez, o sentado al lado de uno?
Las emociones
densas como el enojo o la tristeza prevalecen, de hecho, por su fuerza. Para que aflore el placer de aprender, que
genera un sentimiento de alegría y satisfacción, necesitamos condiciones
previas:
·
Encontrarse a gusto en el
lugar.
·
Estar en paz con uno
mismo y con los otros.
·
Sentirse motivado para
encarar la tarea de aprendizaje.
Estas
condiciones previas son netamente emocionales.
El docente atento a ellas puede encarar con éxito la enseñanza.
En este
capítulo abordamos la segunda condición: “estar en paz con uno mismo y con los
otros”. Tanto la primera condición, referida al lugar,
que tiene relación con la belleza y la alegría, como la tercera condición, la
motivación, se abordan en diversos capítulos de la Pedagogía de la Alegría.
La solución está dentro
La solución está afuera
Uno no puede
estar en paz con los demás si no está antes en paz consigo mismo. Tanto el profesor como el estudiante han de
estar en paz consigo mismos, lo cual significa un concreto amor a sí mismos,
quererse tal cual uno es. En definitiva: autoestima.
El efecto
inmediato del amor es la alegría. Cuando
nos queremos a nosotros mismos estamos contentos. Y con este amor y esta alegría, naturalmente
queremos a quienes nos rodean.
El no-amor a
uno mismo tiene que ver con grabaciones que se encuentran en nuestro
subconsciente. Sanarnos con el amor
implica perdonarnos a nosotros mismos.
Me perdono. Me amo.
Me perdono. Me amo.
Las heridas
psicológicas que nos han causado terceros en el pasado (cercano o lejano) se
perpetúan como dolor, resentimiento, indignación, o enfermedades en el cuerpo
físico. Sanarnos con el amor implica
perdonar a aquellos que nos han dañado.
Los perdono y me libero.
Los perdono y me libero.
El perdón, a
uno mismo o a otros, es un acto de liberación que pacifica profundamente al
alma, la mente y el cuerpo.
La solución está dentro
La solución está afuera
En
situaciones de conflicto, en que dos o más estén implicados, sin incluir a la
mayoría del grupo escolar, la solución está… afuera. Fuera del aula, lejos de la vista de los
demás. Afuera, en privado, las partes en
conflicto pueden encontrarse frente a frente, y “echarse en cara”: su dolor,
sus quejas, su desacuerdo, etc. Si son
pequeños o tienen poco “entrenamiento” en “autodefensa”, la presencia del
adulto es importante. Con el tiempo,
será un gran paso adelante el que puedan interactuar solos: hacer sus reclamos
al otro, escuchar su postura, encontrar un punto de acuerdo… y, lo más
importante: pedirse perdón y perdonarse.
Si se
intentara encontrar un “culpable”, el “dedo acusador” obstaculiza la
reconciliación, pues se levantan dos murallas: la del que acusa y la del que se
defiende. En cambio, cuando una de las
partes logra hacerse responsable y reconocer haber dicho algo o realizado tal
acción, provoca que bajen las murallas, tanto del mismo que hirió como del que
fue herido.
El siguiente
paso es el perdón: pedirlo y recibirlo.
Dado que la mayoría de las veces ha habido una reacción de parte del
“agraviado”, ya sea en palabras o en hechos, el acto de pedir, ofrecer y
recibir el perdón es mutuo.
La solución está dentro
La solución está afuera
¿Cómo
discernir si ha acontecido verdaderamente la reconciliación, el perdón? No importa si se ha presenciado la escena de
reencuentro o no. El resultado estará a
la vista de todos: Si reingresan al aula malhumorados, no ha habido
perdón. La solución está afuera…
nuevamente. Si vuelven a entrar con
enojosa expresión, o simulando un “ya está todo bien”… La solución está afuera…
otra vez. A este punto, ya todo el mundo
se ríe ante la escena. El clima tenso
comienza a disolverse. El buen humor se
contagia. Hasta los mismos que deben
acatar la directiva de irse sienten que es casi ridículo lo que está
sucediendo, les parece gracioso, y naturalmente se desdramatiza la situación
vivida previamente. Cuando las partes en
conflicto logran mirarse a la cara y sonreír o reír… ya está. La solución está adentro: el corazón ya no
duele. Está alegre. Listo para aprender.
Estar en Paz con uno
mismo
Reflexiono: ¿Soy capaz de decirme a mí mismo “me amo”?
Tarea: Frente a un espejo: me digo a mí mismo: “me amo”.
¿Qué sensación me causa? Reflexiono sobre ello. Luego, me lo repito muchas
veces durante el día, para recordarme la intención a amarme.
Del Libro Pedagogía
de la Alegría, de Alejandra Lucía Rotf
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